sábado, 21 de noviembre de 2009

Había un hombre hecho todo él de hojalata


Cuando hubo acabado el desayuno y se disponía a volver al camino de ladrillos amarillos, quedó atónita al escuchar un profundo gemido muy cerca de donde estaban.

-¿Qué ha sido eso? -preguntó temerosa.

-No puedo imaginármelo -contestó el Espantapájaros-, pero vayamos a ver.

En ese mismo instante oyeron otro gemido. Dieron la vuelta y caminaron unos cuantos pasos por el bosque hasta que Dorothy descubrió algo que relucía bajo un rayo de sol que penetraba entre los árboles. Corrió hacia allá y, de repente, se detuvo con un grito de sorpresa.

Uno de los grandes árboles estaba medio cortado, y junto a él, con un hacha levantada en las manos, había un hombre hecho todo él de hojalata. Tenía la cabeza, los brazos y las piernas unidas al cuerpo, pero permanecía completamente inmóvil, como si no pudiera hacer movimiento alguno.

Dorothy le miró boquiabierta, y lo mismo hizo el Espantapájaros, mientras que Toto ladraba furioso; incluso le hincó los dientes en las piernas de lata, pero sólo consiguió hacerse daño él mismo.

-¿Eres tú quien se ha quejado? -preguntó Dorothy.

-Sí -contestó el Leñador de Hojalata---. He sido yo. Llevo un año quejándome, y nadie me había oído ni acudido en mi ayuda hasta ahora.

-¿Qué puedo hacer por ti? -quiso saber Dorothy con dulzura, emocionada por la triste voz de aquel hombre.
-Ve en busca de una aceitera y engrásame las articulaciones -contestó él-. Están tan oxidadas que no puedo moverlas. En cuanto esté engrasado, no tardaré en volver a sentirme bien. Encontrarás la aceitera en una repisa de mi cabaña.

Dorothy fue corriendo a la cabaña y encontró la aceitera, y al regresar le preguntó con ansiedad al Leñador de Hojalata:

-¿Dónde tienes las articulaciones?

Empieza por engrasarme el cuello -dijo el Leñador de Hojalata.

Así lo hizo Dorothy, pero estaba tan herrumbroso que el Espantapájaros tuvo que sujetar la cabeza de lata y moverla con cuidado de un lado a otro hasta que perdió la rigidez y el hombre pudo girarla solo.

-Ahora engrasa las articulaciones de mis brazos -dijo éste.

Y Dorothy las engrasó mientras el Espantapájaros las movía cuidadosamente de lado a lado hasta que estuvieron libres de óxido quedaron como nuevas.

El Leñador de Hojalata dio un suspiro de alivio y bajó el hacha, que apoyó en el árbol.

-¡Ay, qué alivio! -exclamó-. Llevo sosteniendo el hacha en el aire desde que me oxidé, y es una gran satisfacción poder bajarla de nuevo. Si ahora queréis engrasarme las articulaciones de las piernas, volveré a estar tan bien como antes.

Asi pues, procedieron a untar sus piernas hasta que las pudo mover a gusto, y el hombre les dio las gracias una y otra vez por la ayuda prestada. Era sin duda una criatura educada, que sabía agradecer un favor.

-Podía haberme quedado ahí para siempre si no acertáis a pasar -dijo-, de modo que me habéis salvado la vida. ¿Cómo habéis llegado a estos lugares?
-Nos dirigimos a la Ciudad Esmeralda para ver al Gran Oz -respondió Dorothy-, y nos detuvimos en tu cabaña para pasar la noche.

-¿Para qué queréis ver a Oz?

-Yo deseo pedirle que me devuelva a Kansas, y el Espantapájaros quisiera tener un poquito de cerebro en su cabeza - explicó la niña.

El Leñador de Hojalata pareció reflexionar a fondo durante unos momentos, y por fin dijo:

-¿Creéis que Oz podría darme un corazón?

-¿Por qué no? -repuso Dorothy-. Será tan fácil como dar cerebro al Espantapájaros.

-Tienes razón -asintió el Leñador de Hojalata-. Entonces, si me permitís unirme a vuestro grupo, os acompañaré a la Ciudad Esmeralda y pediré ayuda a Oz.

-¡Sí, ven con nosotros! -dijo el Espantapájaros con entusiasmo, y Dorothy añadió que también ella estaría encantada con su compañía

Así fue como el Leñador de Hojalata se echó el hacha al hombro, y todos juntos atravesaron el bosque hasta llegar al camino de ladrillos amarillos.

El Leñador de Hojalata le había pedido a Dorothy que llevara la aceitera en su cesta.

-Porque -explicó- si llueve y me mojo, volveré a oxidarme y necesitaré con urgencia el aceite.

Fue unía suerte para todos que el nuevo amigo formara parte de] grupo, porque a poco de reemprender el viaje llegaron a un lugar donde los árboles y las ramas formaban una espesura que los caminantes no podían atravesar. Entonces, el Leñador de Hojalata blandió su hacha y no tardó en abrir un sendero. Dorothy iba tan distraída con sus propios pensamientos que no se dio cuenta de que el Espantapájaros tropezó en un agujero y fue a parar rodando hasta el otro lado del camino. Tuvo que llamarla él mismo, para que le ayudara a levantarse.

-¿Y por qué no rodeaste el agujero? -preguntó el Leñador de Hojalata.

-No sé bastante... -contestó el Espantapájaros, divertido-. Mi cabeza está rellena de paja, como sabes, y si voy a ver a Oz es para pedirle un poquito de cerebro.

-Ah, ya comprendo -dijo el Leñador de Hojalata-. Sin embargo, tener cerebro no es lo más importante del mundo.

-¿Tienes tú? -inquirió el Espantapájaros.

-No, mi cabeza está vacía -contestó el Leñador de Hojalata, pero en su día tuve cerebro y también corazón, y te digo que, habiendo probado ambas cosas, siempre elegiría el corazón.

-¿Por qué?

-Te contaré mi historia, y entonces lo entenderás.

Y así, el Leñador de Hojalata relató la siguiente historia mientras caminaban por el bosque:

-Mi padre era un leñador que cortaba árboles en el monte y se ganaba la vida con la venta de la madera. También yo fui leñador, cuando crecí, y al morir mi padre cuidé de mi madre mientras vivió. Después me dije que, para no seguir solo, me casaría.

El maravilloso Mago de Oz es un libro de literatura infantil escrito por L. Frank Baum e ilustrado por W. W. Denslow. Fue publicado por la George M. Hill Company en Chicago en 1900, y desde entonces hasta la fecha actual, El mago de Oz es uno de los libros que más veces se ha publicado, tanto en Estados Unidos como en Europa.

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