sábado, 21 de noviembre de 2009

Anoche los niños no durmieron



Anoche los niños no durmieron. Habían encerrado un montón de cigarras en la cajita de los lápices y las cigarras cantaban bajo sus almohadas una canción que los niños conocían desde siempre, pero que olvidaban al despuntar el día.

Ranas doradas, sentadas en la punta de sus patitas y sin ver sus sombras en las aguas, semejaban pequeñas esculturas de la soledad y el sosiego.

En ese momento la luna tropezó con los chopos y cayó en la espesa hierba.

Hubo un gran susurro entre las hojas.

Corrieron los niños, tomaron con sus manos regordetas la luna y toda la noche jugaron en el campo.

Ahora sus manos son doradas, sus pies dorados y en lugar de huellas dejan lunas pequeñitas sobre la tierra húmeda.

Pero afortunadamente, los adultos que saben mucho no ven demasiado.

Sólo las madres sospecharon algo.

Por eso los niños esconden sus doradas manitas en los bolsillos vacíos, para que su mamá no los regañe por haber jugado en secreto toda la noche con la luna.


http://es.wikipedia.org/wiki/Yannis_Ritsos

PRIMAVERA EN GRANADA





La señorita Eduarda Moreno, en un libro de versos que tituló Ayes del alma (1857), confesaba yo canto cuando nace / la dulce primavera y, para mayor énfasis, pedía dejad, flores divinas, /que ornáis a mi Granada, /dejad, dejad que cante / con ansia el alma mía. La dulce primavera granadina, más bien pérfida, acabó con su canto por medio de una pulmonía. Otro vecino del Darro, también poeta romántico, escribía (1861): el genio fino de la primavera /enfermo me tiene con la mormera. Y es que la traicionera estación de las flores sólo posee identidad astronómica, no profesional, por eso juega al escondite invernizo cada año, sin sacar el sol de las umbrías hasta que se enamoran las totovías y es verano a los tres días. ¿Dónde te metes primavera /que no te viera si te viera?, preguntaba Hipólito Megía al relente abrileño de Plaza Nueva (1883). Es verdad, el primer verano (prima vera) de Granada es famoso por sus ausencias. Bueno Pardo, el sacerdote que mentábamos antes, descubría el paso de la primavera por los roscos de garbanzos de San Lázaro, las meriendas de cerezas con pan de aceite en las huertas de Gracia y por los bailes de los mozos en homenaje a San Pascual Bailón. Surroca Grau (1911) también adivinaba la estación por señales infalibles: las habas verdes con saladilla o bacalao en tiras, por San Marcos; los guisos de caracoles, tras las lluvias mil, y el pero junto a las tijeras en los altares del Día de la Cruz. Aunque la época es generosa en hortalizas tempraneras, como lo demuestra Francisco Henríquez de Jorquera (coles de todas suertes, que yo las he visto de quince libras, bizarros nabos de Granada, Alfacar y La Zubia, calabazas de todas suertes, berenjenas, pepinos, cohombros y, sobre todo, admirables cebollas como platos y ajos como puños), también es generosa en frutas primerizas. Las cerezas y las guindas, sobre todo las garrafales del Genil, aquellas que, por Canales o Maítena, se cogían desde las ventanillas del tranvía. Las fresas de Valparaíso, chiquiticas y madrugadoras, que se vendían por las calles al son de Cestica de fresas, fresas, fresquitas las fresas. Y los fresones. Luego las brevas tempranas, del Albayzín, a perrilla la libra, que I'han llovío, seguidas de los jigos isabeles, ¡mirar que jigos!. Decía Jorquera que las brevas y los higos son de tan suave gusto que se puede almorzar una persona dos libras sin que le enfaden ni le hagan daño. Y las nísporas del Japón, a perrilla el cuarterón, aunque sean del Albayzín, como sospechaba Surroca.

ANTONIO MUÑOZ MOLINA

DIARIO DE A BORDO

Crecí en el mar y la pobreza me fue fastuosa; luego perdí el mar y entonces todos los lujos me parecieron grises, la miseria intolerable. Aguardo desde entonces. Espero los navíos que regresan, la casa de las aguas, el día límpido. Aguardo pacientemente pues soy civilizado con todas mis fuerzas. La gente me ve pasar por las hermosas calles; admiro los paisajes, aplaudo como todo el mundo, estrecho la mano de los conocidos, mas no soy yo quien habla. Se me alaba; yo, mientras tanto, sueño un poco; se me ofende, y apenas me asombro, Luego me olvido y sonrío a quien me ha ultrajado o saludo con demasiada cortesía a quien amo, ¿Qué hacer si no tengo memoria para una sola imagen? Por último se me exige que diga quién soy, "Nada todavía, nada todavía.”

Diario de a bordo. EL verano.

Albert Camus

HISTORIA DE LOS DOS QUE SOÑARON





El historiador arábigo El Ixaquí refiere este suceso:

"Cuentan los hombres dignos de fe (pero sólo Alá es omnisciente y poderoso y misericordioso y no duerme), que hubo en el Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan. Trabajó tanto que el sueño lo rindió una noche debajo de una higuera de su jardín y vio en el sueño un hombre empapado que se sacó de la boca una moneda de oro y le dijo: "Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla." A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros de los desiertos., de las naves, de los piratas, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres. Llegó el fin a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por el Decreto de Dios Todopoderoso, una pandilla de ladrones atravesó la mexquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se despertaron con el estruendo de los ladrones y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea. El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo, y le menudearon tales azotes con varas de bambú que estuvo cerca de la muerte.
A los dos días recobró el sentido en la cárcel,. El capitán lo mandó buscar y le dijo: "¿Quién eres y cuál es tu patria?. El otro declaró: "Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Mohamed El Magrebí." El capitán le preguntó: "¿Qué te trajo a Persia?". El otro optó por la verdad y le dijo: "Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que esa fortuna que prometió deben ser los azotes que tan generosamente me diste".
"Ante semejantes palabras, el capitán se rió hasta descubrir las muelas del juicio y acabó por decirle: "Hombre desatinado y crédulo, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo en cuyo fondo hay un jardín, y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol una higuera y luego de la higuera una fuente, y bajo la fuente un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, engendro de una mula con un demonio, has ido errando de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no te vuelva a ver en Isfaján. Toma estas monedas y vete".
"El hombre las tomó y regresó a la patria. Debajo de la fuente de su jardín que era la del sueño del capitán) desenterró el tesoro. Así Dios le dio bendición y lo recompensó y exaltó. Dios es el Generoso, el Oculto."
(Del libro de las 1001 Noches, noche 351)

Había un hombre hecho todo él de hojalata


Cuando hubo acabado el desayuno y se disponía a volver al camino de ladrillos amarillos, quedó atónita al escuchar un profundo gemido muy cerca de donde estaban.

-¿Qué ha sido eso? -preguntó temerosa.

-No puedo imaginármelo -contestó el Espantapájaros-, pero vayamos a ver.

En ese mismo instante oyeron otro gemido. Dieron la vuelta y caminaron unos cuantos pasos por el bosque hasta que Dorothy descubrió algo que relucía bajo un rayo de sol que penetraba entre los árboles. Corrió hacia allá y, de repente, se detuvo con un grito de sorpresa.

Uno de los grandes árboles estaba medio cortado, y junto a él, con un hacha levantada en las manos, había un hombre hecho todo él de hojalata. Tenía la cabeza, los brazos y las piernas unidas al cuerpo, pero permanecía completamente inmóvil, como si no pudiera hacer movimiento alguno.

Dorothy le miró boquiabierta, y lo mismo hizo el Espantapájaros, mientras que Toto ladraba furioso; incluso le hincó los dientes en las piernas de lata, pero sólo consiguió hacerse daño él mismo.

-¿Eres tú quien se ha quejado? -preguntó Dorothy.

-Sí -contestó el Leñador de Hojalata---. He sido yo. Llevo un año quejándome, y nadie me había oído ni acudido en mi ayuda hasta ahora.

-¿Qué puedo hacer por ti? -quiso saber Dorothy con dulzura, emocionada por la triste voz de aquel hombre.
-Ve en busca de una aceitera y engrásame las articulaciones -contestó él-. Están tan oxidadas que no puedo moverlas. En cuanto esté engrasado, no tardaré en volver a sentirme bien. Encontrarás la aceitera en una repisa de mi cabaña.

Dorothy fue corriendo a la cabaña y encontró la aceitera, y al regresar le preguntó con ansiedad al Leñador de Hojalata:

-¿Dónde tienes las articulaciones?

Empieza por engrasarme el cuello -dijo el Leñador de Hojalata.

Así lo hizo Dorothy, pero estaba tan herrumbroso que el Espantapájaros tuvo que sujetar la cabeza de lata y moverla con cuidado de un lado a otro hasta que perdió la rigidez y el hombre pudo girarla solo.

-Ahora engrasa las articulaciones de mis brazos -dijo éste.

Y Dorothy las engrasó mientras el Espantapájaros las movía cuidadosamente de lado a lado hasta que estuvieron libres de óxido quedaron como nuevas.

El Leñador de Hojalata dio un suspiro de alivio y bajó el hacha, que apoyó en el árbol.

-¡Ay, qué alivio! -exclamó-. Llevo sosteniendo el hacha en el aire desde que me oxidé, y es una gran satisfacción poder bajarla de nuevo. Si ahora queréis engrasarme las articulaciones de las piernas, volveré a estar tan bien como antes.

Asi pues, procedieron a untar sus piernas hasta que las pudo mover a gusto, y el hombre les dio las gracias una y otra vez por la ayuda prestada. Era sin duda una criatura educada, que sabía agradecer un favor.

-Podía haberme quedado ahí para siempre si no acertáis a pasar -dijo-, de modo que me habéis salvado la vida. ¿Cómo habéis llegado a estos lugares?
-Nos dirigimos a la Ciudad Esmeralda para ver al Gran Oz -respondió Dorothy-, y nos detuvimos en tu cabaña para pasar la noche.

-¿Para qué queréis ver a Oz?

-Yo deseo pedirle que me devuelva a Kansas, y el Espantapájaros quisiera tener un poquito de cerebro en su cabeza - explicó la niña.

El Leñador de Hojalata pareció reflexionar a fondo durante unos momentos, y por fin dijo:

-¿Creéis que Oz podría darme un corazón?

-¿Por qué no? -repuso Dorothy-. Será tan fácil como dar cerebro al Espantapájaros.

-Tienes razón -asintió el Leñador de Hojalata-. Entonces, si me permitís unirme a vuestro grupo, os acompañaré a la Ciudad Esmeralda y pediré ayuda a Oz.

-¡Sí, ven con nosotros! -dijo el Espantapájaros con entusiasmo, y Dorothy añadió que también ella estaría encantada con su compañía

Así fue como el Leñador de Hojalata se echó el hacha al hombro, y todos juntos atravesaron el bosque hasta llegar al camino de ladrillos amarillos.

El Leñador de Hojalata le había pedido a Dorothy que llevara la aceitera en su cesta.

-Porque -explicó- si llueve y me mojo, volveré a oxidarme y necesitaré con urgencia el aceite.

Fue unía suerte para todos que el nuevo amigo formara parte de] grupo, porque a poco de reemprender el viaje llegaron a un lugar donde los árboles y las ramas formaban una espesura que los caminantes no podían atravesar. Entonces, el Leñador de Hojalata blandió su hacha y no tardó en abrir un sendero. Dorothy iba tan distraída con sus propios pensamientos que no se dio cuenta de que el Espantapájaros tropezó en un agujero y fue a parar rodando hasta el otro lado del camino. Tuvo que llamarla él mismo, para que le ayudara a levantarse.

-¿Y por qué no rodeaste el agujero? -preguntó el Leñador de Hojalata.

-No sé bastante... -contestó el Espantapájaros, divertido-. Mi cabeza está rellena de paja, como sabes, y si voy a ver a Oz es para pedirle un poquito de cerebro.

-Ah, ya comprendo -dijo el Leñador de Hojalata-. Sin embargo, tener cerebro no es lo más importante del mundo.

-¿Tienes tú? -inquirió el Espantapájaros.

-No, mi cabeza está vacía -contestó el Leñador de Hojalata, pero en su día tuve cerebro y también corazón, y te digo que, habiendo probado ambas cosas, siempre elegiría el corazón.

-¿Por qué?

-Te contaré mi historia, y entonces lo entenderás.

Y así, el Leñador de Hojalata relató la siguiente historia mientras caminaban por el bosque:

-Mi padre era un leñador que cortaba árboles en el monte y se ganaba la vida con la venta de la madera. También yo fui leñador, cuando crecí, y al morir mi padre cuidé de mi madre mientras vivió. Después me dije que, para no seguir solo, me casaría.

El maravilloso Mago de Oz es un libro de literatura infantil escrito por L. Frank Baum e ilustrado por W. W. Denslow. Fue publicado por la George M. Hill Company en Chicago en 1900, y desde entonces hasta la fecha actual, El mago de Oz es uno de los libros que más veces se ha publicado, tanto en Estados Unidos como en Europa.

El Basilisco

Un híbrido nacido de la fecundación de un huevo de culebra por un sapo. Es tan horrible que no puede aguantar su reflejo, su aliento envenena las aguas, pudre el aire y marchita todo verdor. Anda de noche, fulminando al que logra verlo y se le atribuyen las muertes súbitas, las provocadas por causas desconocidas y una forma de histeria femenina denominada daño que se confunde con la epilepsia.

Escribe García Marquez:

Una vez estaba bordando en el corredor cuando llegó una muchacha con un huevo de gallina muy peculiar, un huevo de gallina que tenía una protuberancia. No sé por qué esta casa era una especie de consultorio de todos los misterios del pueblo (...) Volviendo a la muchacha del huevo le dijo: «Mire usted, ¿por qué este huevo tiene una protuberancia?». Entonces ella le miró y dijo: «Ah, porque es un huevo de basilisco. Prendan una hoguera en el patio». Prendieron una hoguera y quemaron el huevo con gran naturalidad. Esa naturalidad creo que me dio a mí la clave de Cien años de soledad (Gabriel García Marquez y Vargas Llosa, La novela en America Latina: diálogo, Lima, Carlos Milla Batres, Ediciones UNI, 1968, pp. 15-16).

Hoy las nubes me trajeron,





Hoy las nubes me trajeron,
volando, el mapa de España.
¡Qué pequeño sobre el río,
y qué grande sobre el pasto
la sombra que proyectaba!

Se le llenó de caballos
la sombra que proyectaba.
Yo, a caballo, por su sombra
busqué mi pueblo y mi casa.

Entré en el patio que un día
fuera una fuente con agua.
Aunque no estaba la fuente,
la fuente siempre sonaba.
Y el agua que no corría
volvió para darme agua.

Rafael Albertí: Canción 8

viernes, 13 de noviembre de 2009

PRIMERO DE MAYO DE 1937

PRIMERO DE MAYO DE 1937

Autor: Hernández, Miguel

No sé qué sepultada artillería
dispara desde abajo los claveles,
ni qué caballería
cruza tronando y hace que huelan los laureles.

Sementales corceles,
toros emocionados,
como una fundición de bronce y hierro,
surgen tras una crin de todos lados,
tras un rendido y pálido cencerro.

Mayo los animales pone airados:
la guerra más se aíra,
y detrás de las armas los arados
braman, hierven las flores, el sol gira.

Hasta el cadáver secular delira.

Los trabajos de mayo:
escala su cenit la agricultura.

Aparece la hoz igual que un rayo
inacabable en una mano oscura.

A pesar de la guerra delirante,
no amordazan los picos sus canciones,
y el rosal da su olor emocionante
porque el rosal no teme a los cañones.

Mayo es hoy más colérico y potente:
lo alimenta la sangre derramada,
la juventud que convirtió en torrente
su ejecución de lumbre entrelazada.

Deseo a España un mayo ejecutivo,
vestido con la eterna plenitud de la era.
El primer árbol es su abierto olivo
y no va a ser su sangre la postrera.

La España que hoy no se ara, se arará toda entera.

Hernández, Miguel

martes, 3 de noviembre de 2009