I
 Qué plenitud dorada hay en tu copa,   
 árbol, cuando te espero   
 en la mañana azul de cielo frío. 
 Cuántos agostos largos, y qué intensos   
 te han cubierto, doliente, de amarillos.    
        II
 Toda la tarde se encendía    
 dorada y bella, porque Dios lo quiso.    
 Toda mi alma era un murmullo    
 de ocasos, impaciente de amarillo.    
        III
 Serena de amarillos tengo el alma.    
 Yo no lo sé. ¿Serena?    
 Parece que entre el oro de sus ramas   
 algo verde me encienda.    
 Algo verde, impaciente, me socava.   
 Dios bendiga su brecha.    
 Por este hueco fértil de mis ansias   
 un cielo retrasado me desvela.    
 Ay, mi esperanza, amor, voz que no existe,   
 tú, mi siempre amarillo.    
 Hazte un sol de crepúsculos, ardiente:   
        ponte verde, amarillo.
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